Aquella vez que la BBC vino a España a insultarnos por no saber desayunar
Andrés P. Mohorte
España y Reino Unido llevan años inmersos en unabatalla culturalsin parangón en la historia moderna del ser humano. España es plenamente consciente de su cruzada, Reino Unido no tanto. Elcasus bellitiene nombres y apellidos: pastel de carne, pastel de riñones,fish & chips,haggis, pudding de toda clase y condición, Marmite y un largo etcétera de abominaciones culinarias que, a ojos de los españoles, merecen el mayor de los oprobios.
De un tiempo a esta parte las refriegas entre uno y otro bando se han recrudecido, si bien los observadores internacionales aún no han podido determinarel número de bajas. España ha desplegado su artillería en los chiringuitos de la costa mediterránea frecuentados por los británicos. Es allí donde mutaciones genéticas de la paella, la tortilla o las patatas bravas se llevan sirviendo durante lustros a precio de oro. Naciones Unidas ha mostrado su consternación por el uso de armamento biológico, cuestión sobre la que las cocinas españolas han pasado por encima.
Por su parte, Reino Unido ha hecho lo que mejor sabe hacer para infringir un daño máximo en su enemigo:su propia gastronomía.Tan brutal tácticaha provocado la radicalización de una parte de los españoles, enrolados en grupos extremistas e insurgentescomo la Inquisición de la Paella.
Nadie sabe con exactitud cuánto comenzó esta guerra. Algunos historiadores apuntan a Jamie Oliver ya sus infames experimentoscon el patrimonio más sagrado de los españoles, la comida. Una paella con chorizo causó gran consternación en las redes sociales, afrenta repetida en multitud de ocasiones por otros cocineros del archipiélago. La disputa ha alcanzado achefsestadounidenses de la más variopinta condición,ajenos al agrio enfrentamientoque ocupa nuestros desvelos.
#OnThisDay1964: Tonight wasn’t impressed by the Spanish’s rather un-British attitude towards breakfast, but frankly they’re probably just jealous.pic.twitter.com/pNLfdtO8DC
¿Pero y si la guerra tuviera un origen mucho más remoto de lo que podamos imaginar? La cuestión ha atravesado la mente colectiva de Españatras la recuperaciónpor parte de la BBC de un reportaje emitido en 1964 y centrado en los hábitos gastronómicos (y económicos y sociales y morales) de los españoles. La pieza en cuestión pertenece al programaTonight, unmagazinede carácter cultural que en ocasiones mostraba a los británicoslas bárbaras y exóticas vidasde todas aquellas personas ajenas a sus coquetas islas. El presentador acude a España como quien va de safari.
Sus palabras no podían ser más hirientes:
Encantador, ¿verdad? Nuestro presentador, ataviado con un exquisito traje, se dirige a su audiencia desde algún pueblo ignoto de la España meridional, rodeado de viandantes comunes y corrientes más morenos, más tiznados, más bajitos. Menos merecedores del elogio anglosajón, en definitiva. Su introducción es sintomática delcomplejo de superioridadque ha atravesado a la élite británica desde los tiempos del imperio. España, esa excepción que Europa trató de explicarse durante siglo y medio, era un enigma. Había que descifrarlo. Y para este señor, la clave era nuestro desayuno.
No hace falta aquí explorar las raíces históricas de la fascinación británica (y europea en general) por el exotismo de España. A finales del siglo XIX fueron numerosos los más prósperos ycivilizados(nótese la cursiva) ciudadanos europeos que cruzaron los Pirineos en buscade la penúltima fronteradel continente. En ocasiones lo hicieron desde la sincera admiración. España y sus esencias,tan típicas,tan tradicionales, tan profundas y tan alejadas de los cánones modernos, les resultaban más puras y dignas que el teatro de las apariencias de las sociedades industriales.
Pero casi siempre partían de un estereotipo. España era subdesarrollo, era folclore, era pasión frente a razón. Y como cualquier estereotipo, surgía de una posición de superioridad sobre el entorno que se contemplaba. Esta condescendencia pervivió durante décadas (y pervive a día de hoyen algunos círculos políticos e intelectuales, baste recordarlas palabras de cierto ministrode finanzas neerlandés) y se siguió manifestando hasta bien entrado el siglo XX, cuando la dictadura franquista congeló a España en un tiempo que Europa occidental había olvidado.
Es desde esta perspectiva desde la que hay que comprender la siguiente retahíla de ofensas que la BBC dedica a España:
España entendida como un buffet eterno
El periodista utiliza aquí un verbo, “nibbling”, que hace referencia al arte de despedazar un alimento cachito a cachito, lentamente, poco a poco. A continuación explicapor qué este “picoteo"se inserta en los hábitos culturales y gastronómicos de los españoles como un guante: desayunando tan poco y comiendo tan tarde, a las 14:00, hora verdaderamente incivilizada para un británico, los españoles debían espolvorear las largas horas de la mañana con tentempiés, pedacitos de comida que les permitieran llegar vivos al almuerzo.Se refiere a las “tapas”, motivo de fascinación internacional desde hace más de medio siglo.
“Trozos de salchicha [el pobre hombre no tuvo mejor palabra en su vocabulario para definir al chorizo o al salchichón], ostras, gambas, otros innombrables productos del mar [corte a: percebes], aceitunas, langostinos, ensaladilla rusa… Es sólo una pequeña selección del amplio abanico de tapas que les tendrá ocupados hasta la hora de comer”, desarrolla. Las imágenes se deleitan entre tanto en dos señores disfrutando de sus aperitivos en una terraza. Ah, la barbarie.
Tal sucesión de manjares previos a la hora de comer, sumado al inclemente sol tan ajeno a la vida diaria del británico, condicionan las formas y loshábitos socioeconómicosdel país, según el presentador: “Después de comer, una pequeña siesta; después una copa, pero con una tapa incluida en el precio, y allá van de nuevo, fusionando cuerpo y alma hasta que es hora de cenar en torno a la media noche. La vida es un buffet tras otro, y si la vas a vivir al máximo no puedes perder el tiempo trabajando. Al menos no hoy, quizá mañana”.StrongVan der Pollen suelta la panojavibes.
En fin, a esta apología de la vagancia y la procrastinación la BBC sólo le encuentra una explicación posible: nuestro lamentable desayuno, ciertamente un asunto rápido y tirando a dulce: “Este picoteo, este desprecio de la vida productiva del país, podría ser fácilmente curado con un buen desayuno británico. Pero en su lugar el mal se está expandiendo”. Acto seguido el reportaje muestra las imágenes de unos ratones encandilados con pequeños trozos de pan, queso y vino fino que unos obreros han colocado en una esquina. Sutil metáfora de la España improductiva, de esa relajación en las costumbres que Reino Unido observaba en los mediterráneos.
“En Reino Unido ofrecemos un buen ejemplo [de cómo no picotear, vagabundear por la vida]: desayunamos como es debido”, concluye el reportaje.
Tantas décadas después cuesta entrever si lo narrado aquí era autoparódico, irónico o brutalmente honesto. Puede que se tratara de una mezcla de todo ello. Los británicos, en especial los británicos de bien, educados y exquisitamente pagados de sí mismos, han perfeccionado el arte del desdén desde las buenas formas. El propio y el ajeno. Son capaces de navegar la ironía cargando toneladas de verdad en cada sílaba que pronuncian, hasta el punto de que cuesta descifrar si sus palabras, si sus pequeños y graciosos desprecios, son una broma sin importancia o un agravio imperdonable.
Para nosotros, españoles, este código es incomprensible. El honor es demasiado importante como para pasar por alto cualquier dardo envenenado, por más que se haya lanzadoenvuelto en capas de ironíahasta el punto de no poder descifrar hacia quién iba dirigido. Es por ello por lo que a esta hora el clip de la BBC (que, por cierto, hoy comparte riéndose de su propio presentador: “Francamente, probablemente sólo estaban celosos”) ha provocadola enésima reacción furibundade los españoles en redes sociales. Reavivando esa guerrilla cultural tan divertida que nos traemos entre manos.
En fin, era cuestión de tiempo que los ingleses recurrieran a uno de los pocos elementos de su gastronomía que no deberían ser juzgados por crímenes de lesa humanidad, el desayuno, si bien recomendamos obviar la presencia de alubias en su formulación más típica. Sucede que ya lo hicieron a mediados de los sesenta. Y con deliciosa puñetería. Sólo podemos esperar que el estirado presentador de la BBC terminara sus días en un apartamento de Benidorm comiendo la peor paella imaginable. A trocitos.