Contra todo pronóstico, la historia del canallita y las mascarillas ha tenido un final feliz
Andrés P. Mohorte
Si te has paseado por las redes sociales durante los últimos días es bastante probable que te hayas topado conun vídeo a todas lucesalucinante. Lo protagoniza un chaval de fiesta, uno de tantos, al que un reportero de Mediaset le informa sobre elfin de la mascarillaobligatoria al aire libre. “¿Pero por la noche ya puedo ir sin mascarilla?”, le pregunta en cierto estadode embriaguezrisueño al periodista. “Son las 00:30”, le responde este. “O sea me la quito. Coño, pues de puta madre, ¿no?”.
La reacción, tan natural, tan espontánea, ha ganado la admiración instantánea de media España. Más aún por todo lo que sucede a continuación. El reportero sigue oteando la fauna nocturna e interpela a una joven aún con la mascarilla bien colocada. “¿Tú te sueles imaginar la cara que no ves mejor de lo que es?”, le cuestiona el periodista. “Sí, me ha pasado, me ha pasado. Le dices,hasta, luego, no me des tu Instagram”, responde ella entre risas. Quien quiera que montara el vídeo lo hizo con un admirable sentido cinematográfico, merecedor de un premio.
Porque acto seguido vuelve a escena el primer protagonista de la obra. El canallita.
La pieza, compartida por el periodistaÁlvaro Berro, unapequeña celebridadensí mismo, acumula a esta hora de la mañana más de 3,8 millones de visionados, 23.000 compartidos y 120.000 “me gusta”. Titulada “Se va la mascarilla, vuelven los canallitas”, fue un éxito instantáneo. Representaba en muchos sentidos el punto de no retorno hacia la normalidad. Sin mascarilla, todos esos chavales sedientos de aventuras podían retornar a sus labores con tranquilidad. Podían merodear de nuevo por las discotecas y los bares, pasear hasta altas horas de la madrugada inspeccionando el horizonte, interpelar a guapas muchachas sobre su vida e intereses.
Podían, en definitiva, volver a ser aquellos canallitas ni muy guapos ni muy feos a los que sólo un agudo sentido del humor y una saludable concepción de su propia mediocridad les permitía encandilar a alguna mujer. Recuperado el pulso de la hostelería, agotadoel toque queda,bajada la mascarilla, los canallitas volvían a escena. Y con ellos un sentido colectivo decotidianidad. De la España que fue y siempre será en su juventud.
Batea fuerte, canallita
Por supuesto, a nuestro héroe particular nada le salía bien. Cuando los dos protagonistas se cruzan frente a las cámaras ella le interpela: “Quítatela, quítatela”. El canallita se baja la mascarilla, le dedica una sonrisa a un tiempo burlona y encantadora y le responde: “Hola, ¿qué tal?”. Se presenta: yo, Vidal. En ese momento ya se ha llevado el premio al mejor jugador de la noche. A partir de ahí todo va cuesta abajo: él le pide el Instagram, ella le da largas, él tontea con la batería del móvil, mueve la portería pero al final acepta una realidad. Le acaban de darcalabazas.
“¿Esto no sale, no, jefe?”, dice mirando a cámara y ya entre carcajadas de todos los presentes. “Estas calabazas no salen, ¿no? En Cuatro, no me jodas, que lo ven mi abuela y mi madre. Que me van a reconocer”. En fin, la historia termina con el canallita rondando a otras chavalas entrevistadas por Berro y aplicando exactamente la misma estrategia cómica y fallida para no marcharse solo a casa. Al menos la historia de esa noche.
Cuando Berro comparte el vídeo y miles y miles de personas comienzan a compartirlo el ruido llega a nuestro protagonista, convertido ya en una pequeña figura del Internetmemético. Consciente de la oportunidad que la fama recientemente adquirida le brida,decide escribirle al reporteroen su perfil de Instagram. “Hola, buenass, soy el chico de Se van las mascarillas, vuelven los canallas. El de la entrevista de ayer, jajajajaj. Oye que si quieres poner mi Instagram ahí en el vídeo pues olé tus huevos, si no no pasa na. Mi madre le ha encantado, está muy orgullosa”.
su instagram 🐐pic.twitter.com/WfgNIHoDwh
Dicho y hecho, responde Berro. Cuelga la captura. La leyenda de canallita se agranda, ya rozando con los dedos a otras figuras mitológicas de la cultura popular española como Arturo Fernándezo Julio Iglesias. No tenía nada que perder, al fin y al cabo. Quizá aquella chica no sucumbió a sus modestos encantos el sábado por la noche. Quizá alguna otra sí lo hizo al día siguiente contemplandosu fracasadopero muy divertido ritual de apareamiento desde la pantalla de su teléfono móvil. Si alguna se sintió interpelada, allí tenían su perfil, abierto para quien deseara otearlo.
Pero la fortuna y la fama obran milagros. He aquí que María, la otra protagonista del vídeo, la autora de las calabazas,también escribe a Berro: “Hola, qué tal. Soy la del vídeo. Me mofo con el hype. Muy tocho”. Alguna chispa debió prender la noche anterior… Porque al cabo de las horas Vidal y María se reencuentran en una videollamada orquestada por el reportero y retransmitida en directo desde su perfil de Instagram. Esta mañana las capturas sonla Otra Gran Sensaciónde España. El reencuentro de las dos personas que simbolizaron la Vuelta a la Normalidad.
y comieron perdices.pic.twitter.com/f7Xfr48DQT
En efecto, se va la mascarilla y vuelven los canallitas. Pero también las calabazas. Y el amor. O un amago del mismo. Señales de una cotidianidad que habíamos perdido durante casi un año y medio. Y a la que todos echábamos mucho de menos, a juzgar por el éxito del canallita.