Javier Jiménez

Suena el timbre y todos los niños de la clase salen ordenadamente dirigiéndose hacia una habitación más amplia con las persianas bajadas y alfombras en el suelo.Se quitan el uniforme para quedarse en ropa interior y se colocan unas gafas de cristales tintadosy gomas pensadas para fijarlas en la cabeza. Se ordenan alrededor de un aparato extraño, una especie de lámpara. La misma a la que se acerca la profesora, vestida con una bata y un sombrero blanco, y le da al botón de encendido.

Estamos en el Óblast de Múrmansk, en la costa boreal de la península de Kola, en algún momento de los años 80, perolos “baños de luz” han sido una práctica común en las amplísimas regiones del norte de Rusiapara favorecer la producción de vitamina D.Lo siguen siendo. Esto es curioso porque en la Unión Europea o en Estados Unidos la práctica clínica habitual ante los déficits de esta vitamina es suplementarla.Ni a los niños (lactantes o no), ni a los ancianos (por poner dos ejemplos de colectivos con problemas de este tipo) se les recomienda de entrada el uso de lámparas de rayos UV. Sencillamente, se les prescriben unas gotas o una pastilla.

¿A qué se debe esto? ¿A la corta duración del verano en el Extremo Norte ruso como se suele decir o hay algo más? Hoy nos hemos propuestoir más allá de las fascinantes imágenes de los “baños de luz” de la época soviéticay adentrarnos en la historia de cómo un grupo de médicos, aislados de la comunidad científica internacional y con unas circunstancias muy particulares, buscó a tientas la luz en mitad de la oscuridad.

Esqueletos deformados

El primer indicio, a veces, es difícil de notar. La cabeza, sobre todo el área posterior, parece que se abolla al ser presionada, las fontanelas se agrandan y los huesos largos que soportan el peso del cuerpo se curvan. Empiezan las deformidades en tibias, antebrazos, pelvis, muñecas o rodillas. El crecimiento se estanca, el cuerpo toma formas raras y el pecho se llena de protuberancias con la forma de un rosario. Esos son los síntomas deuna enfermedad que nos lleva acompañando, al menos, desde que tenemos registros médicos: el raquitismo.

La falta de luz del sol tiene muchos efectos en el cuerpo humano, pero esta enfermedad (el déficit de vitamina D) es una de las más terribles. Tanto que, si rebuscamos en textos de historiadores griegos y romanos no es difícil encontrar descripciones nítidas de esta dolencia. Tampoco es complicado encontrar pistas de su impacto social ya seaen los restos óseosde la poderosafamiliaMedicio en el arte. Mientras en 1509, sin ir más lejos. Hans Burgkmair el viejopintó a un niño Jesús con claros signos de sufrirla, cien años después Caravaggio acabó un ‘Cupido durmiente’que también la padecía. Sin embargo, no fue hasta el año 1645 cuando el raquitismo entró en lo que podríamos denominar ya como ‘literatura científica’ con la publicación de un tratado de David Whistler llamado “De morbo puerile anglorum” (“Sobre la enfermedad de los niños ingleses”).

Para aquella época, el raquitismo (o, como alguna la llamaban ya, la “enfermedad inglesa”) teníaun enorme impacto en la vida social, económico e intelectual del país. Como nos podemos imaginar por Y cinco años después del trabajo de Whistler, un profesor de la Universidad de Cambridge, Francis Glisson se tomó la molestia de acumular toda la evidencia física, clínica y anatómica de la enfermedad en lugar de enredarse con disquisiciones teóricas. Sin embargo, los niños seguían muriendo en una confluencia perfecta entre ciudades envueltas en humo, dietas deficientes yreformas agrariasque conducían a amplias capas de la sociedad a la precariedad.

No obstante, lo de ‘enfermedad inglesa’ no debe llevarnos a confusión. No hay nada – salvo, quizás, los primeros síntomas de la industrialización - que hicieran del raquitismo una enfermedad británica.En amplias zonas de la Rusia imperial, por centrarnos en el tema que nos interesa,el problema llegaba a afectar a la mitad de los niños. Ya en el siglo XIX, a la vez que los médicos escoceses llegaban a la conclusión de que el raquitismo estaba relacionado con factores ambientales (como la privación de luz solar), los médicos rusos lo relacionaban con problemas las condiciones de la vivienda y las prácticas sociales. En Vilna, donde afectaba a uno de cada tres niños, los informes explicaban la mayor prevalencia de la enfermedad en judíos por las mayores reticencias de las madres a dejar jugar a sus hijos al aire libre (comparado con los gentiles).

¿Cómo curamos el raquitismo?

Las teorías y propuestas para combatir a la enfermedad fueron surgiendo en la práctica clínica (de hecho, el uso de aceite de hígado de bacalao que hoy sabemos efectivo empezó a popularizarse ya en el siglo XVIII), pero no fue hasta 1918 cuando Edward Mellanbydecidió aplicar un enfoque experimental. En aquella época, el raquitismo era especialmente fuerte en Escocia y, presintiendo una causa dietética, decidió alimentar a un grupo de perros enjaulados en laboratorios con una dieta parecida a la que era común entre los escoceses. Una alimentación basada en el porridge (gachas de avena) acababa por inducirles un raquitismo que, posteriormente, podía curarse con aceite de bacalao y algo de exposición solar.El descubrimiento de la vitamina D, su papel en la enfermedad y la importancia del Sol en su producción hizo el resto.

Sobre todo, porque este descubrimientollegó en un momento en el que el ‘movimiento del sol’ era sorprendentemente popular en toda Europa y Estados Unidos. Aunque el raquitismo es el resultado natural de dos cosas (unas privaciones dietéticas específicas y unas restricciones ambientales concretas), la comunidad médica tendió a dividirse entre los defensores de una y los defensores de otra. Y durante esas primeras décadas del siglo XX, imbuidos por un fuerte optimismo tecnológico,las terapias de luz vivieron un auténtico boomque sobrepasó, con creces, el raquitismo y pretendía usar la luz para todo tipo de dolencias y enfermedades.

Fue un boom corto, eso sí. Y no porque la luz no tuviera un papel importante en muchas dolencias (Huldschinsky, en plena Guerra Mundial y con miles de niños alemanes sufriendo síntomas,ya había demostrado que el raquitismo podía tratarse con éxito con lámparas ultravioletas), sino porque las expectativas que se generaron fueron enormes. Demasiado grandes. En 1927, Dora Colebrookhizo un amplio estudiopara la mayoría de problemas de salud en los que se solía prescribir la luz y no encontró efecto reseñable en la inmensa mayoría.Aquello marcó, de una forma u otra, el decaimiento de la luz en la práctica clínica.

Elluminosoenfoque soviético

Un decaimiento que, y esto es muy interesante, no alcanzó a la Unión Soviética.Como nos cuentan Charlotte Kühlbrandt y Martin McKee, examinando el número de estudios publicados sobre el tema en la URSS y en el resto del mundo, se puede ver que entre finales de los años 20 y principios de los 60 los médicos soviéticos publican entre cuatro y ocho veces más trabajos sobre este tipo de enfoques terapéuticos. En la Unión Soviética,la luz siguió siendo extremadamente popular durante décadas y, por lo que sabemos, aún lo sigue siendo hoy en díaen Rusia y otras repúblicas ex-soviéticas.

¿Por qué? ¿A qué se debe esta bifurcación entre la medicina soviética y la occidental? Lo cierto es que a poco que nos ponemos a indagar descubrimos que las “terapias de luz” sumanvarios factores que favorecieron su “compatibilidad política, económica y social” con las prácticas y dinámicas de la ciencia soviéticade la primera mitad del siglo XX. Empecemos por la primera de las compatibilidades, la política. Durante los años 30 del siglo XX, los altos mandos de muchas instituciones universitarias y de investigación hicieron un esfuerzo muy importante de cara a construir una “nueva ciencia soviética”.El caso más conocido es el de Lysenkoy su rechazo del darwinismo yla genética, perohubo muchas más situacionesen las que líneas de investigación enteras vivían y morían solo en relación a su adecuación al materialismo dialéctico.

La electricidad tenía un papel central en el imaginario ideológico de la URSS. Hasta el punto de que en 1920 el mismo Lenindeclaró aquella famosa frasede que “el comunismo es soviets más electricidad”. La importancia de la luz para la salud se presentó, además, como un descubrimiento científico de origen netamente proletario: habrían sido los mismos obreros de las fábricas los que se habrían dado cuenta de su papel en la salud física, psicológica y social y lo habría notificado a las autoridades. Las terapias de luz encajaban como un guante con el ‘zeitgeist’ de aquellos años.

Encajaban también con la orientación preventivista que los funcionarios soviéticos quería imprimirle a su sistema sanitario aún en desarrollo. “La característica fundamental y principal de la salud pública soviética, que la diferencia de la medicina en los países capitalistas, es su orientación preventiva”,decían en Moscú en 1952. Es decir, si bien el relativo aislamiento internacional de los investigadores médicos les impedía estar al día de muchos de los avances científicos, también es cierto que, aún cuando se conocían esos avances,durante décadas los mandos soviéticos trataron de crear un modelo alternativoque “teniendo profundas raíces en la medicina rusa” (gente como Sechenov o Pavlov) “llevara a cabo operaciones preventivas efectivas con el objetivo de reducir la morbilidad y la eliminación de sus causas”.

Por último, otro factor clave fueron las limitaciones industriales del país. Y esto es algo sobre lo que se reflexiona poco porque la imagen de la URSS como una potencia industrial nos hace olvidar que eso no es cierto para todas las industrias.Mientras Europa (con Alemania a la cabeza)Y EEUU tenían una industria farmacéutica muy potente que “procesaba” los problemas médicos para encontrar soluciones farmacológicas; Rusia no contaba con esa capacidad y en cambio, tenía una formidable infraestructura dedicada a la producción industrial y militar pesada. Eso hizo que los soviéticos “procesaran” los problemas médicos de otra forma, con otras herramientas y quese buscaran soluciones donde eran más fuertes: en la fabricación industrial, como las lámparas ultravioletas.

Del pasado soviético a la Rusia actual

Todo esto, aunque pueda parecer extraño,explica buena parte de la popularidad de los ‘baños de luz’ en la Rusia contemporánea. Todos los sistemas sanitarios tienen particularidades achacables a lo que los economistas llaman “path dependence”; es decir, a que las decisiones que tomamos condicionan al resto de decisiones que tomaremos en el futuro.La preeminencia de este tipo de terapias durante décadas ha contribuido a crear un prestigio social ampliamente extendido.

Y todo eso pese a que la evidencia sobre su validez sigue siendo escasa. Por un lado, aunquehan escaseado los datos sobre el alcance realdel raquitismo en Rusia de las últimas décadas, por algunos indicadores sabemos que especialmente el extremo norte (y las repúblicas centroasiáticas) teníanproblemas serios con la vitamina Den fechas tan tardías como la década de los años 80, cuando el raquitismo estaba ya más que controlado en el mundo occidental. Por otro lado, la academia Rusa ha seguido publicando trabajos favorables a este tipo de intervenciones en numerosas enfermedades, pero su calidad es muy baja.Hay autores que han llegado a insinuarquelas terapias de luz son el equivalente ruso de la acupuntura(una técnica que solo encuentra resultados positivos cuando se estudia en China).

¿Por qué se sigue haciendo? En parte,porque funciona para algunas enfermedadesdermatológicas (desde la psoriasis a las micosis fúngicas), tiene un papel importante en la producción de la vitamina D y tiene algunos efectos documentados sobre los estados de ánimo. Más aún en regiones con muy poca exposición a la luz solar. Sin embargo,el motivo principal por el que se sigue haciendo es por tradición. Tanto es así que si nos ponemos a fechar las fotografías de niños sometiéndose a este tipo de baños, podemos comprobar que su número va decayendo por el tiempo.

Imagen|Michael Neubert