¿Hacia una vacuna obligatoria? Las ventajas y los muchos inconvenientes de una campaña forzosa

Andrés P. Mohorte

La vacuna ya está aquí. Al menos a nivel político y mediático. Los gobiernos de Alemania y deReino Unido, tan dispares en sus aproximaciones a la pandemia,no descartancomenzar sus campañas de inmunización ya en diciembre. El ejecutivo español, menos optimista,se ha fijadoenero como fecha más temprana. Menos de uno y dos meses vista respectivamente. La cuestión ya no es cuándo tendremos la vacuna, sino una igual de importante: ¿cuánta gente decidirá ponérsela?

El escepticismo. Lo analizamosenDespeja la Xhace unos días: existen reticencias a la vacuna y no provienen exclusivamente del movimiento anti-vacunas. La encuestamás recientede Ipsos-Mori apunta a una voluntariedad global del 73%, cuatro puntos por debajo del porcentaje de agosto. España se encuentra a la cola de los países consultados, con un 64% de los encuestados abiertos a vacunarse. Francia afronta un panorama más difícil, con apenas un 54% de favorables.

Hay dudas. Y reticencias.

¿Obligatoria?Pero también hay urgencias que la vacuna solventaría a corto y medio plazo, comoel repuntede la mortandad o la recesión económica. De ahí que en algunos países el ruido en torno a una posible obligatoriedad de la vacuna haya crecido durante las últimas semanas. Franciaes un casosignificativo: figuras tan dispares como el líder del Partido Verde o de Los Republicanos, conservadores, sehan mostradofavorables a una campaña obligatoria por ley. Sin excepciones.

Plausible. En España, por el momento, los mensajes han caminado en la dirección contraria. Salvador Illa, ministro de Sanidad,ha tildadode “contraproducente” cualquier estrategia de vacunación forzosa. Lo que no significa que el estado no dispusiera de las herramientas necesarias para aplicarla. La misma Ley Orgánica de Medidas Especiales en Materia de Salud Pública (3/1986) que ha permitido cierres y confinamientos perimetrales serviríapara justificarla vacunación obligatoria.

Hay antecedentes. En 2010, un juezavalóla vacunación forzosa de 35 menores durante un brote agudo de sarampión. Sus familias se negaban a que se les administrara la dosis. La ley hizo el resto. Las ventajas de una “obligatoriedad” aquí son claras, del mismo modo que han sido claras desde que la epidemia llegara a Europa en febrero.

Inusual. Que existan los instrumentos legales para ello no significa que sea lonormal. O lo corriente. Sólo once países europeos disponen de una o más campañas de vacunación obligatoria (Italia, Letonia, Bulgaria, Croacia, Eslovaquia, Francia, Hungría, Polonia, República Checa, Grecia y Bélgica). En Francia, hogar de un amplio movimiento anti-vacunas, algunos expertoshan apuntadoa los esquemas forzosos para explicar el escepticismo de parte de la población. Un imperativo siempre genera resistencias.

Es la lógica que ha aplicado siempre la España democrática, desde que se deshiciera de su última vacuna obligatoria, la de la viruela,en 1986. Hasta la fecha le ha funcionado. Lo explicaba hace un año el coordinador del Comité Asesor de Vacunas de la AEP, David Moreno,en ABC:

Argumentos en contra. Son numerosas las voces que han desaconsejadoimponerla vacuna. “Nos arriesgamos a una reacción muy negativa que, en la práctica, incrementara el volumen de personas que rechazan vacunarse”, explicabaayer mismoKerry Bowman, una bioética de la Universidad de Toronto sobre la posibilidad de que Canadá obligara a vacunarse a toda su población. En similares términos seha expresadoMarc Van Ranst, uno de los principales epidemiólogos belgas:

Van Ranst se refiere a una campaña mediática en favor de la vacuna, explicando su funcionamiento y sus beneficios, mucho antes que a medidas coercitivas.Opina igualCarlos González, pediatra español consultado por El País: “Hoy por hoy, cuando ni siquiera hay para todos, lo único que conseguirías es dar argumentos a los antivacunas, que hablarían de opresión”. Por normal general, las vacunas funcionan porque las autoridades convencen a su población. No por la fuerza.

Una muestra, Australia. En agosto, el primer ministro australiano, Scott Morrison, declarólo siguiente: “Esperaría que [la vacuna] fuera tan obligatoria como fuera posible”. Un día después tuvo que matizar sus palabras, hablando de “incentivos” frente a una “obligatoriedad”. La reacción pública moduló el mensaje del gobierno. No sólo a nivel popular, sino también científico, cuando científicos del comportamientotildaronla idea de “prematura y contraproducente”.

Morrison vivió en un plazo de veinticuatro horas el conflicto que cualquier gobierno afrontará si decide “obligar” a la vacuna, en un contexto de desconfianza y escepticismo hacia la ansiada solución a la epidemia.

Imagen:Alberta Newsroom/Flickr

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