La imagen de los Conguitos es racista. Lo era en los años sesenta y lo sigue siendo a día de hoy
Andrés P. Mohorte
En 2003, María Frías, una profesora de la Universidad de la Coruña, lanzóuna acusaciónpor aquel entonces sorprendente: losConguitos, la célebre marca comercializada por Lacasa desde hacía décadas, eran racistas. “Insulta a los miles de africanos que se encuentran en España”, explicó, “y sólo sirve para fomentar y perpetuar estereotipos negativos del pueblo africano”. Sus palabras causaron una pequeña conmoción, especialmente en Zaragoza, ciudad de origen de la empresa.
A los pocos días, el por aquel entonces consejero de Industria, Comercio y Desarrollo de Aragón, Arturo Aliaga,responderíacon firmeza a tan duras declaraciones: “No estamos para que se perjudique la imagen de las empresas aragonesas cuando Chocolates Lacasa es exquisita con las normativas medioambientales, sanitarias y con la seguridad”. La historia tuvo recorrido, y El Periódico de Aragón terminaríaentrevistandoal diseñador del logotipo original, Juan Tudela Férez.
Sus argumentos resultan familiares diecisiete años después: “Eran unos años en los que se les daba un toque exótico a algunos productos. En esa época se produjo la independencia del Congo belga y se puso de moda una canción sobre el país en cuestión”. Los Conguitos no eran sino hijos de un tiempo, 1961, donde el racismono se conocía. O mejor dicho:no se reconocía. “En España no había inmigrantes africanos. Ni siquiera los podíamos ver por televisión, porque no teníamos (…) Las cosas hay que juzgarlas en su tiempo y su contexto. Hoy no lo habría dibujado así”.
Desde entonces, la imagen de los Conguitos ha causadoun sinfínde polémicas periódicas, en una suerte de serpiente veraniega que cada cierto tiempose cuelaen el debate público español. A menudo los relatos surgen de un anónimo europeo (sueco o galés,en 2008oen 2017) que se “escandaliza” al llegar a España y descubrir la existencia de los Conguitos. El ciclo siempre se repite. Alguien vierte la acusación; tiene recorrido en redes; y miles de personasse escandalizanpor semejante idea.
2020 no es una excepción.
Durante los últimos días la polémica ha gozado de un reeditado interés, en no poca medida frutode los disturbiosraciales que han sacudido a Estados Unidos.Una peticiónde Change.org bastante minoritaria (apenas llega a las 1.000 firmas) ha obtenido el favor de los medios de comunicación. “Tanto el propio términoConguitoscomo la ilustración caricaturesca de un hombre negro con grandes labios rojos convierten a estesnacken unproducto estigmatizadorpara la población negra”, explica. Gran partedel jaleoha surgido de Twitter, dondeuna autodeclaradanieta del “creativo publicitario” que ideó la imagen de los Conguitos ha salido en defensa tanto del autor como de la obra,hija de su tiempo.
La polémica calca a la vivida hace algunas semanas a cuenta deLo que el viento se llevó. Cuando HBO anunció que retiraría la película de su catálogo para volver a introducirla con un preaviso sobre su contenido racista, miles de personas lo interpretaron como un revisionismo mojigato, incapaz de lidiar con el contexto histórico de la obra. Estábamos ante la enésima batalla cultural entre una generación deofendiditos, empeñada enreescribir la historiay en entrever agravios por doquier, y otra generación harta de que manoseen y perviertan los mitos de su infancia o juventud.
El debate en torno a los Conguitos no es diferente. Gran parte de la reacción a la acusación de racismo no tiene “fundamento” y parte de un nuevo “puritanismo”. ¿Cómo puede ser racista algo concebido de buena fe, sin ánimo consciente de vejar o discriminar a la población negra? “No creo que esa marca ni todo lo que tiene que ver con el producto se acerque al racismo”, escribeen El Correo de Andalucíaun columnista. “Apenas se veían [negros] en España porque no vivían aquí. Desde luego, no recuerdo que jamás ninguno de mis amigos comiera Conguitos pensando en que devoraba a un negro o como acto racista”.
Ahí reside gran parte de la clave. El contexto cultural de principios de la década de los sesenta es radicalmente distinto al actual. Como sucediera conLo que el viento se llevó, entender el clima de aquellos años permite comprender mejor por qué surgió y por qué tuvo éxito, sin quedemasiadas personas, en apariencia, antepusieran pegas. Pero no le exime de la acusación. Que ningún español pensara en los Conguitos como algo racista no significa que los Conguitos, desde su concepción, no fueran racistas. Si acaso, es extremadamente indicativo de cómo opera el racismo.
Los Conguitos eran racistas en 1961 y lo siguen siendo en 2020.
Cómo funciona un estereotipo
El racismo, como cualquier otro ejercicio de discriminación hacia colectivos ajenos y externos, adopta múltiples metodologías. No se limita a una mera expresión de odio dirigida contra un grupo social, expresiones o actitudes (insultos, violencia) nítidamente reconocibles, sino que abarca otras formas, muy a menudo inconscientes.El estereotipoes una de las más claras. Caracterizaciones exageradas, descripciones despectivas, retratos que desdibujan al otro y lo convierten en una parodia, en un cliché.
Cuando Fedimar comercializó por primera vez a los Conguitos lo hizo con un marcado toque exótico y asalvajado. Uno desus primeros anunciosresiste pocas interpretaciones a día de hoy: una familia en el corazón de la selva africana abandona su choza y se dispone a dar un paseo, lanza en mano, en busca de una presa que ensartar. El padre exclama vocablos bárbaros con una voz grave. Sus hijos, todos semidesnudos, le acompañan en lo que podemos suponer un día como otro cualquiera.
Variantes posterioresredundaban en similares descripciones físicas. El africano como un ser humano apartado de la civilización, tan distinto a nosotros, y físicamente en nuestras antípodas. Lo exagerado de sus rasgos (unos labios prominentes y gruesos, un cuerpo achatado y redondo, cabezas lisas y gigantescas) contribuía a marcar una línea definitoria entrenosotrosyellos. Una línea satisfactoria desde el punto de vista europeo, porque reafirmaba las ideas preconcebidas que pudiéramos tener sobre elhombre negro. Poco desarrollado, salvaje, brutal.
No es algo particular de los Conguitos. Tales descripciones han servido desde tiempos inmemoriales para ahondar en discursos discriminatorios hacia las poblaciones negras. Es algomuy evidenteen Estados Unidos. Una amplia panoplia de estereotipos, casi siempre dependientes de descripciones físicas rayanasen lo grotesco, contribuyeron a reafirmar un discurso esclavista y colonial mediante el que el orden establecido (ya fuera la esclavitud o la segregación) quedaba legitimado. Eran ideas que permeaban de manera no siempre consciente en la mente de los estadounidenses. Pero que justificaban un racismo formal e informal.
Ahí residía el poder del estereotipo. Como se explicaaquí, operaba sobre “estructuras cognitivas que contienen el conocimiento, las creencias y las expectaciones percibidas sobre un grupo humano”. Aquellas descripciones e ideas se fusionaban yse entremezclabancon la realidad.Difuminaban la naturalezay el carácterdel otro, distorsionando nuestra percepción sobre lo que es real y lo que es paródico. No es sino uncuando el río suena agua llevaaplicado a las relaciones raciales,una proyección de nuestros prejuicios. La caricatura se convierte en nuestra peculiar interpretación de la realidad, una caricatura siempre negativa y discriminatoria.
De ahí que prácticas teatrales tan arraigadas en su momento en Estados Unidos, como elblackface, sean hoy objeto de fuerte censura. Aquellos disfraces, por defecto, legitimaban ideas y visiones sobre la población negra que siempre tenían un alto componente despectivo, cuya intención última no era sino hacer escarnio y reafirmar la superioridad racial sobre la que se sostenía el sistema esclavista o el segregacionismo de los estados del sur. Cuando un blanco, hoy, se pinta la cara de negro no puede obviar este contexto, por muy buenas que sean sus intenciones.
España y Europa en su conjunto no han sido ajenas a estas prácticas. Ahí tenemos a los Zwarte Piet holandeses,tan polémicoscomo los Conguitos. Ahí tenemos losanuncios históricosde Cola-Cao (“Yo soy aquel negrito, del África tropical”), poco menos que una apología de las plantaciones esclavistas. Y ahí tenemos la multitud de estereotipos e ideas racistas que siguen permeando aún hoy nuestra imagendel pueblo gitano. Ideas, por cierto,muy combatidaspor las asociaciones gitanas, comola retiradade la definición de gitano como “trapacero” en el DRAE ilustra.
Parecen cuestiones triviales, pero no lo son. El modo en que representamos el mundo en que nos rodea, y muy especialmente las sociedades y las culturas que nos rodean, tiene unaimportancia crucialen el moldeado de ideas y actitudes. Si la única descripción de un grupo racial consiste en taparrabos, lanzas y canibalismo (esas ollas donde una tribu africana terminaba cocinando a algún blanco despistado en multitud de tebeos), es poco probable que puedas imaginarlo diseñando alta tecnología u operando a corazón abierto. Y por tanto que le abras la oportunidad.
¿Qué hacemos con nuestro racismo?
Como es natural, la línea que divide lo aceptable de lo racista no es estática. Cambia y se transforma con el tiempo, en función de las sensibilidades sociales y culturales de cada época. Es probable que en la década de los sesenta pocos españoles se plantearan el sustrato racista y discriminatorio de una caricatura que transformaba a los habitantes del Congo en meros dulces, en un reclamo de márketing. Cincuenta años después, y mucho antes, como ya hemos visto, la realidad es otra.
Es algo de lo que Lacasaha sido conscientedurante las últimas décadas. La imagen de los Conguitos, tan icónica para miles y miles de personas, se ha ido modulando con el tiempo.Sus últimos anunciostelevisivos no ahondaban en un sustrato tan explícitamente racista como los primeros. Las referencias a las tribus salvajes en medio de la selva, Tarzán incluido, aminoraron con el tiempo. En 2011, la figura delconguitocambió de forma radical, perdiendo sus característicos labios.
Y está claro que en Lacasa son conscientes y han rebajado cada vez más la vinculación con la realidad, representándolos más como seres de fantasía no antropomorfizados. Pero el nombre y el origen está ahí. Al menos perdieron la lanza y los labios tópicos.pic.twitter.com/BVPlj48iEq
Como explicanuestro compañero Fernando de Córdoba, ya en los noventa Lacasa trató de redefinir a los Conguitos no tanto como una tribu perdida de la mano de Dios en el corazón de África como una colecciónde iconos pop negros(Tina Turner, Stevie Wonder), transformando una descripción estereotipada y negativa del pueblo africano en una suerte de apología de la cultura negra (afroamericana). Aquellas pequeñas transformaciones siempre encontrarían resistencia. En el Dakar de 2018 Jesús Calleja recorría el desierto africano…Con unconguitoclásico.
Ya no hay lanza, ya no hay labios, pero el nombre pervive. La idea original sigue ahí, impertérrita.En Marca por Hombropropone varias ideas para Lacasa: desde convertirlo en una submarca de Lacasitos hastahacer desaparecera los Conguitos por completo, pasando por una variedad o un endoso de Lacasitos. Restarle importancia, asociarlo a un producto muy similar pero con menor conflictividad mediática. Es algo habitual en multitud de productos, desde las Natillas (hoy Danet) hasta los Petit Suisse (hoy Danonino), pasando por Míster Proper (Don Limpio).
En cualquiera de los casos,Conguitosserá una marca problemática hasta el fin de sus días, si es que llega. Participa de forma informal en un racismo muy arraigado en las sociedades occidentales, uno implícito y subconsciente, pero presente al fin y al cabo. Nada de esto implica que Lacasa sea una empresa racista. O que nosotros cometamos un acto racista al consumir unos Conguitos. La existencia de los Conguitos no supone una discriminación práctica de la población africana en España.
Su problema es otro. Opera sobreestereotiposeimágenes, en el marco de las ideas. Lo que sesenta años atrás parecía aceptable, y lo era a todos los niveles sociales y mediáticos, hoy lo es un poco menos. No se trata de una enmienda a la totalidad de sus creadores, ni un juicio moral que deba colocarles en la picota pública a posteriori. Se trata, más bien, de reflexionar sobre cómo surgieron y cómo siguen operando aún hoy estereotipos que son perjudiciales para un grupo. Y en ese camino, los Conguitos son un ejemplo muy explícito.