La odisea de la estación de Canfranc, única en España y ante su último tren, contada en 33 fotografías
Andrés P. Mohorte
Remontando la carretera que conduce de Jaca a Francia cuesta creer que al final del camino se encuentre una de las estaciones ferroviarias más magnánimas y singulares de la Europa meridional.Canfrancse abre al visitante en un paraje incomparable, a los pies del collado de Estiviellas y del balcón de Iserías, recluida en los confines de la cordillera que ha separado a dos reinos rivales durante siglos. Quiso su existencia taimar esa rivalidad mediante un paso ferroviario. Uno que fracasó con estrépito.
Inaugurada en 1928, la estación internacional de Canfranc operó como tal durante apenas cuarenta años.Un accidente ferroviariopuso fin a su aventura en 1970, cuando dos locomotoras se derrumbaron sobre el puente de L’Estanguet, en el angostísimovalle del Aspe. El siniestro inhabilitó la vía al otro lado de la frontera para siempre. Desinteresadas en su arreglo, las autoridades francesas dieron por muerta una conexión compleja y revirada que palidecía en comparación con otras más provechosas acostadas a ambos lados de los Pirineos (Hendaya y Cerbère).
La impresionante estación de Canfranc quedó así limitada a una discreta conexión regional. Durante más tiempo del que operó como enlace internacional, Canfranc se ha limitado a cubrir la distancia que separa a Zaragoza de Jaca y a Jaca de la frontera. Allí se han detenido ininterrumpidamente los trenes diésel, aún sin electrificar, ante dosobstáculos insalvables: los que plantean una vía arruinada en el lado francés y un túnel fronterizo, el del Somport, viejo y sin acondicionar, y por tanto incapaz de sostener una conexión tal y como exigen los tiempos modernos. La estación, tan romántica, tan bella, cayó en decadencia.
Hasta ayer. Esta semana ha marcado un punto de inflexión en la larga y alucinante historia del edificio (con suepisodio de nazisincluido). Ha dado servicioal último trenque llegará a sus andenes. A partir de hoy mismoun nuevo edificio, construido en las antiguas playas de vías ya en desuso y ajustado a las necesidades presentes y futuras del servicio ferroviario, recibirá el puñado de convoyes regionales que siguen llegando hasta Canfranc. Sus miras son más elevadas:la nueva estación aspiraa convertirse, de nuevo, en enlace internacional, toda vez que las promesas de rehabilitación a ambos lados de la frontera se cumplan.
La vieja estación no morirá, sino que se reconvertirá en hotel. Tendrá la oportunidad de comprobarsi aquellas promesaseran ciertas: las autoridades de Aquitania llevan ya años reclamando partidas presupuestarias para recuperar la conexiónentre la frontera y Bedous, el tramo cerrado de una línea que llega hasta Pau. Y España parece haberse puesto las pilasen el acondicionamientodel túnel: en noviembre se licitaba el estudio porun millón de euros, en vistas de su futura reapertura para 2025. Los tiempos, no obstante, son más lentos yse antoja harto complicadoque en apenas cuatro años haya vuelto a funcionar.
¿Llegará el día en que la vieja conexión pirenaica entre Francia y España vuelva a funcionar? Si es así, será ya sin que el edificio inaugurado en 1928 juegue papel alguno. Sólo será un testigo de lujo, uno que seguirá rememorando la era dorada de las estaciones ferroviarias europeas, cuando su diseño y puesta en funcionamiento tenía tanto de hito logístico como de arte industrial. No hay ninguna otra igual en España, más tardía y más tímida a la hora de desarrollar sus ferrocarriles. Ni por estampa ni por ubicación ni por historia. Una contada en imágenes: