Los anti-mascarillas están perdiendo
Andrés P. Mohorte
Pocas cuestiones han resultado tancontrovertidasdurante los últimos meses como la utilización de mascarillas. La titubeante evidencia científica, la escasez de materiales y las directrices políticas contradictorias han generado un inusitado conflicto en torno a su efectividad y obligatoriedad. La mayor parte del debate ha sido político y científico. Pero también popular. Un pequeño pero muyruidosoreducto de personasse oponena llevarla.
¿Y qué tal les está yendo? Mal.
La encuesta. Lo ilustra unaencuesta recientede Gallup para Estados Unidos, el país donde el movimientoanti-confinamientoha sido más intenso, y también el anti-mascarillas. Si a principios de abril tan sólo el 51% de los estadounidenses hacía uso frecuente de la mascarillas, a finales de junio el porcentaje se había elevado al 86%. Su ganancia proviene fundamentalmetne de los indecisos. El porcentaje de personas contrarias a su uso ha pasado del 18% a apenas el 11%.
Qué sucedió. A grandes rasgos, que una minoría hipermovilizada generó dudas en una parte de la población neutral. Conforme las semanas pasaron y el coste de llevar una mascarilla se reveló como inexistente, el volumen de usuarios creció. Acaso el vaivén en la opinión pública se refleja de forma perfecta en su presidente, Donald Trump, originalmente unescépticohostil a la mascarilla, hoy unpseudo-entusiasta.
El giro promete turbulencias electorales para Trump. Es cierto que sólo una minoría (42%) de republicanosadoptóel uso de mascarilla a principios de la crisis, pero también que hoy la mayoría (66%) la utiliza. Hoy el grueso del partido y de sus gobernadores regionales lapromueve. Y para Trump, su popularidad esun problemade cara a las inminentes elecciones.
España. Su derrota en Estados Unidos es indiscutible. También aquí. Una encuesta de ABC realizada a mediados de mayo ilustraba cómo lamayoríade españoles (87,6%) estaba a favor de su obligatoriedad en lugares públicos. Sólo un 9,6% se mostraba en contra. Es una tónica común provincia a provincia. Los anti-mascarillas son minorías enCanarias(12%),Granada(6,2%), País Vasco (29%), Baleares (22%) o Burgos (9,9%).
Europa. En el resto del continente,según Statista, las cifras varían país a país. En Italia el 87% reconoce utilizarla “siempre” que sale de casa; en Alemania el porcentaje se reduce al 63,7%; en Francia, al 56,1%; y en los países nórdicos se desploma a porcentajes irrisorios, entre el 4,5% de Noruega, el 4% de Suecia, el 2,8% de Dinamarca y el 2,4% de Finlandia. La clave, el mensaje de los gobiernos. Italia y España han impuesto el uso de mascarilla; en el norte, las autoriadesno recomiendansu uso.
¿Resistencias?En general, no obstante, los gobiernos sehan sumadopoco a poco al uso de mascarilla. República Checa, Eslovaquia, Austria, Bosnia, Turquía, Israel, Polonia, Luxemburgo y un buen puñado de países africanos y asiáticos han ido declarando usos obligatorios en una amplia variedad de lugares públicos, aunque no siempre por defecto, como España. Parece claro que la posición de los gobiernos es crítica para incentivar su uso.
Un ejemplo significativo de la derrota del movimiento anti-mascarillas sea Reino Unido, otro de los bastiones escépticos junto a Estados Unidos. No son obligatorias, pero el porcentaje de británicos que las utiliza siempre en lugares públicosha pasadodel 7,8% a principios de abril al 17,3% a principios de junio. Un proceso paulatino. Poco a poco en incluso en los bastiones de resistencia, la mascarilla se está imponiendo.
Imagen: Daniel González/GTRES