Más mito que realidad: qué sabemos sobre las “fiestas covid” donde la gente se contagia a propósito
Andrés P. Mohorte
El sábado por la mañana,una noticiadesataba toda suerte de pasiones en las redes sociales: “La Policía Local [de La Orotava, un municipio en la isla de Tenerife] ha procedido al desalojo de la Playa de Los Patos donde habían (sic) 62 personas acampadas. La Guardia Civil había interceptado una quedada en la playa para difundir el COVID-19 en esta zona con acceso prohibido”. El propósito de la reunión,confirmaríamás tarde un concejal, Narciso Pérez, era claro: propagar la enfermedad.
¿Verdad o mito?Durante las últimas semanas ha proliferado relatos semejantes. Grupos de jóvenes que, en su irresponsable frenesí, se reúnen en lugares cerrados y “tosen en vasos”, comorelatabauna noticia de ABC, para contagiar a los demás. La mayor parte de estas historias provienen de fuentes difusas (un audio en WhatsApp grabado por un supuesto médico, por ejemplo). La novedad de La Orotava reside aquí: por primera vez, las autoridades dan validez a los rumores.
Los hacen suyos.
En la mañana de hoy, un dispositivo de#GuardiaCivily#PoliciaLocalha procedido al desalojo de la Playa de Los Patos donde habían 62 personas acampadas. La Guardia Civil había interceptado una quedada en la playa para difundir el COVI-19 en esta zona con acceso prohibido.pic.twitter.com/HKju2TEH2v
Tendencia. España no tiene nada de especial en este sentido. Si acaso, recoge una tendencia de cierta proyección en Estados Unidos. A principios de julio, diversos medios de comunicación se hicieron eco de “fiestas covid”, diseñadas con el objetivo explícito de propagar la epidemia. Primero enKentucky; más tarde enWashington; y finalmente en Alabama y Texas, donde un hombre de 30 añosfalleceríapoco después de, supuestamente, arrepentirse de sus actos y de su negacionismo sobre la enfermedad.
Historias que despertaron un intenso alarmismo.
¿Mito?En Alabama, por ejemplo, causó particular sensaciónla posibilidadde que algunos jóvenes hubieran apostado por ver quién se contagiaba primero. Sucede que gran parte de estas noticias no están verificadas. El propio New York Times, ensu artículosobre el fallecido en Texas, cuenta en el subtítulo: “Los expertos sanitarios se han mostrado escépticos sobre la existencia de estas fiestas, y los detalles de este caso no han podido ser confirmados de forma independiente”.
Wired hatratadola cuestión a fondo.Su veredicto, emitido a lo largo de varios artículos, es el siguiente: la existencia de ninguna de estas fiestas ha sido comprobada. Son rumores:
“Me dijo que”. En casi todos los casos, la historia proviene de fuentes muy dudosas. Pacientes que supuestamente confiesan a enfermeros la naturaleza deliberada de los contagios. Médicos que recogen la información en una conversación informal entre dos compañeros. Trabajadores del hospital a quien se lo había contado un compañero, cuya identidad no recuerdan. A menudo, las autoridades utilizan tan magra evidencia para confirmar ante los medios de comunicación la existencia de las fiestas.
Es lo que sucedió en Washington, cuandouna directorade Salud del estado explicó que, tras un brote en una fiesta, una veintena de implicados había reconocido la naturaleza deliberada de los contagios. Pero las autoridadesnuncaaportaron prueba alguna de que así fuera. Al día siguiente, tuvieron que retractarsey negarque hubiera intencionalidad alguna. Todas las fiestas siguen elmismo patrón: primero surge el rumor, alentado por las autoridades, y luego se descubre que probablemente es falso.
Porqués. En la confusión confluyen varios factores. Por un lado, la existencia de fiestas masivas sin medidas de seguridad de ningún tipo. Ha sucedido en España,en Países Bajosy en muchos otros países. Reuniones donde los contagios existen, pero donde no existe voluntariedad, sino más bien una mezcla de genuinairresponsabilidady cierta reacción ante las duras restricciones impuestas por las autoridades.
Una variante particularmente onerosa de rebeldía juvenil. Por otro, un comportamiento muy asentado desde marzo: nuestra necesidad de premiar la virtud propia. Los rumores operan sobre el mismo nivel quelas amenazasa sanitarios o trabajadores de supermercado que salían a la calle en pleno confinamiento. Señalan al indeseable y al mismo tiempo nuestro ejemplar comportamiento. Un mecanismo de confort, un reflejo para racionalizar la epidemia. La culpa esde los demás.
Verosimilitud. ¿Significa eso que no existan fiestas donde los asistentes acudan con la expresa intención de propagar el coronavirus? No. Sólo que las pruebas esgrimidas hasta la fecha son endebles. En España, el caso de La Orotava es el primero, y uno apuntalado por las autoridades. Pero en general, la tendencia es otras:fiestasque seconviertenen vectores de contagio… Por pura desidia u omisión de las precauciones sanitarias. Un problema mucho más grave que las “fiestas covid”.
Imagen:@CECOPAL_Orotava