TikTok y las redes sociales para niños me aterrorizan (y quizás trabajar en este ámbito no ayuda)
Javier Pastor
Mi pequeña y preciosa Lucía no ha cumplido aún 10 años, perolleva meses dando la matraca con un tema recurrente: quiere instalarse TikTok en su tableta. Yo, que quería ser un padre hipermoderno y enrollado, me he encontrado con una realidad que no me esperaba: no dejo que se la instale, así que ni soy tan moderno, ni soy tan enrollado. Para su desgracia.
Lo hago, creo, con cierto criterio. El que me da llevar escribiendo de esas redes sociales y de privacidad durante años como parte de mi trabajo en Xataka. Todo lo que leo, veo, oigo y desde luego todo lo que escribo desde hace tiempo hace que mi percepción de este tipo de redes sociales se afiance en un sentido.Me aterrorizan, y cada vez lo hacen más.
Los antecedentes
Lo sé, lo sé. Las redes sociales son simplemente una herramienta. Lo que hacemos de esas redes sociales es cosa nuestra. Y ahí está el problema: que los seres humanossomos bastante dados a estropear las buenas ideas. O lo hacemos nosotros solitos, o nos ayudan a hacerlo los que están a los mandos de dichas redes sociales.
Facebook, por ejemplo, parecía una idea estupenda a la hora de mantenerse en contacto con tus amigos y amigas (sean o no amigos y amigas de los de verdad), pero ya en 2006 a Mark Zuckerberg se le ocurrió lo de crear el News Feed que hacía queel control de lo que veías ya no estuviese en tu poder.
La genteodió aquel cambiodurante un tiempo. Luego se acostumbró y acabó convencida de que aquello tenía sentido. Hoy tenemos en nuestro poder una red social que ha logrado, dicen,moldear opiniones políticasy ayudar a que alguien como Donald Trumpse convierta en presidente del país con la primera economía mundial.
Twitter, un servicio venerado por periodistas como yo —miro mi cuenta cada 10 segundos aproximadamente, cómete esa, procrastinación—,tiene también muchas sombras. No solo en la parte económica —su rentabilidad es cuestionable y Jack Dorsey, su CEO,está ahora en peligro— sino en su propio funcionamiento.
Al servicio se le critican desde hace años graves deficiencias en su sistema de moderación y control de los contenidos, algo que ha llevado a hacer que muchos ilustres tuiteros (famosos de antesode después) acaben abandonando la red socialhartos de tanto troll y tanto ciberacoso.
Por supuesto hay (al menos para mí) casos peores. LinkedIn, que sigue siendo una herramienta válida para muchos profesionales, ha sido criticada pordedicarse a extraer valorde su base de usuariosen lugar de potenciar una idea que era brillante.
En 2015 los ingresos de LinkedInprovinieronde proporcionar a departamentos de recursos humanos una forma de contactar contigo desde allí,además de ofrecerte publicidad y venderte membresías Premiumcon las que lograr (teóricamente) más y mejores contactos profesionales. O cursos para mejorar tu formación, sobre todo después de comprar Lynda por 1.500 millones de dólares, comocriticaba hace ya tiempouno de sus usuarios (en un post en su cuenta de LinkedIn).
Peroel paradigma de red social que yo jamás usaría es Instagram. La usé de manera tímida hace años, y por alguna razón aún mantengo la cuenta con mis seis fotos en ella. Es también en cierto sentido la más decepcionante para mí.
Aquella propuesta queplanteaba una brillante sucesora de Flickr a la hora de compartir fotos estupendas—empezó así, ¿lo recordáis?— fue migrando hacia otra cosa, y desde hace bastante es un brillante negocio que ha logrado encumbrar hasta límites asombrosos a los nuevos famosos: losinfluencers.
El ámbito de los influencers ha generado tal revolución que ahora hasta hayredes sociales que nos hacen sentir como una de esas personasa través de bots que se encargan de publicar miles de comentarios yhacer “like” como si no hubiera mañana. Es terrible.
De hecho el fenómeno del citadolikepodría ser considerado casi comouna verdadera pandemiaque ha hecho que muchas personas se sientan validadas cuando sus publicaciones tienen unos cuantos “Me gusta”. El fenómeno fue de hecho utilizado como argumento paraaquel mítico primer episodio de la tercera temporada de BlackMirror llamado ‘Nosedive’. Instagram, como decía en una reflexión paralela hace tiempo, se ha convertido en eltriste escaparate de nuestras vanidades.
Con estos antecedentes, ¿qué esperar de las nuevas redes sociales que comienzan a dirigirse a públicos aún más jóvenes?No mucho.
El terror hecho red social
Y luegoestá la recién llegada, claro, TikTok. Una red social que conozco solo de refilón y que como sucede en anteriores casos es una buena idea que está comenzando a corromporse de forma preocupante.
Hay cosas chulas enTikTok, desde luego.Hay creatividad, hay entretenimiento, hay gente que quiere contar historias de una forma distinta y tiene en esta red social una oportunidad de hacerlo llegando a más gente. Eso ocurre en esta red social y en todas las anteriores.
El problema es que esos buenos ejemplosse ven aplastados por aludes de contenidos tóxicos y peligrosos. Los retos (o ‘challenges’) de TikTok aparecieron como memes simpáticos, y de hecho el célebre’Bottle Flip'—lograr tirar una botella medio llena de líquido al aire, que dé una vuelta y que caiga de pie— se convirtióen una disciplina de referenciaen los “deportes virales” del libro Guinnes de los récords.
De los memes y los retos simpáticos se pasó rápidamente aretos comerciales como el Chipotle, empresa que aprovechó —como muchas otras— la oportunidad de promocionar sus productos a partir de este canal de comunicación con los más jóvenes. Esa vía comercialse ha acabado explotando de forma clara con los propiosinfluencersde TikTok, que resulta que ahoraaparecen demasiado rápido para seguirles la pista: tan pronto como vienen, se van.
Pero eso no es realmente lo malo: lo malo son los retos que invitan a los usuarios de TikTok —adolescentes y preadolescentesen muchos casos— arealizar actos que podrían causar accidentes fatales. El ejemplo es el reto “Cha-Cha Slide”, que consistía en escuchar la canción con ese título de Mr. C The Slide Man mientras íbamos en el coche y, atención, seguir los movimientosque iba cantando el artista.
Hay muchos más, como revelaba esteterrorífico artículo de Viceen el que sehacía un recorrido por algunos de los más peligrosos. El ejemplo del ‘skull-breaker challenge’ es contundente, ya que acabó (al menos)con un menor de 13 años hospitalizadoy los dos responsables de la pesada broma con cargos penales.
También está un problema habitual en redes sociales:el de los depredadores sexuales, que es especialmente delicado en una red social con esa demografía. La participación de chicas muy jóvenes es habitual por el éxito de los vídeoslip-syncen los que las usuarias tratan de doblar—entre otras cosas— canciones de sus ídolos musicales. Ese público acaba siendo objetivo también de los depredadores, que asumiendo identidades falsas amenazan la seguridad de estas adolescentes.Lo contaban en BuzzFeed en otro artículoque si sois padres como yo probablemente os revuelva un poco el estómago.
Lo que se dice de TikTok tambiénes o ha sido cierto en algún momento en el caso de otras plataformas como YouTube Kids, de la que ya hablamos largo y tendido. Pero como digo no son las únicas, e incluso juegos aparentemente educativos y beneficiosos para los niños como Roblox —con muchas virtudes, no lo niego— encierran en su componente socialalgunos de estos peligros.
Todos esto no es nuevo, y lo cierto es que las amenazas también están en otros ámbitos no digitales. El problema es que la llegada de esas amenazas directamente a través de un móvil o una tabletaes mucho más directa y sencillapara quienes aprovechan dichas aplicaciones con este tipo de aterradores fines.
Quizás me esté equivocando al no dejarle a mi hija instalarse TikTok en la tableta.Quizás debería confiar en su criterioy por si acaso instalar alguna herramienta de control parental. Es una opción, sin duda, pero los peligros son tantos que al menos por ahora la opción para mí es clara.
Lo siento, mi pequeña y preciosa Lucía.Nada de TikTok. No por ahora.